Niñas.

María Elena Oddone, líder del Movimiento de Liberación Femenina, en la marcha del 8 de marzo de 1984 frente al Congreso. Es recordada por haber fundado la revista «Persona», cuyo nombre estuvo inspirado en un reclamo dirigido contra los maltratos propiciados por su exmarido: «No soy una cosa, soy una persona».

Comenzamos el mes de febrero leyendo una indignante nota publicada en La Nación (uno de los diarios con mayor difusión en todo el país, por cierto) sobre el embarazo, la maternidad y el abuso sexual infantil. El autor del texto no tiene nombre, como tampoco lo tienen la frivolización, la cobardía y el juicio de valor que se esconden detrás de su opinión.

La nota relata dos tristes historias sobre dos niñas de 12 y 13 años que, tras haber sido abusadas en diferentes circunstancias, decidieron continuar con los embarazos que se produjeron como consecuencia de esos abusos. Lo que tienen en común estos relatos, dice el autor, es que ambas habrían sido presionadas infructuosamente por sus madres para interrumpir sus respectivos embarazos.

El escritor toma estos casos para presentar con elocuencia la defensa de dos ideas: (1) el instinto materno existe, es una realidad natural e innata y se encuentra indisolublemente unido a la condición femenina, y (2) quienes estamos a favor de la legalización del aborto en Argentina apoyamos los abortos forzados.

Si bien el embarazo y el abuso sexual infantil son temas de por sí ya angustiantes, la nota añade una preocupación que no es nueva, pero que merece toda nuestra atención. Esta preocupación tiene que ver con un juicio valorativo y normativo, que pudimos advertir a lo largo de los debates de estos últimos años, expresado por quienes cínicamente se autodenominan “providas” (no caben dudas de que el autor de la nota es uno de ellos).

En efecto, en su discurso, el escritor convierte a las mujeres (en general) y a las niñas del relato (en particular) en meras incubadoras al asumir como verdadero, natural e innato un instinto materno que no existe. Equipara “mujeres” y “niñas” con “madres”, y les asigna arbitrariamente un destino biológico incompatible con la condición y la existencia humana de las mujeres. Banaliza, asimismo, la maternidad infantil, al celebrar con emoción un embarazo no deseado y al romantizar y/o frivolizar un abuso sexual (un atentado a la integridad sexual, física y psíquica) cometido contra una niña (como si todo lo anterior no fuera ya lo suficientemente grave).

Este discurso conservador forma parte de una matriz ideológica engañosa, que pretende deshumanizar y despojar a mujeres y niñas del derecho a un proyecto de vida que sea compatible con sus propios deseos y, con ello, de disciplinar a las mujeres, prescindiendo de ellas como sujetos libres e iguales en dignidad y en derechos.

Por otro lado, quien suscribe el artículo intenta instalar una paradoja más irreal que aparente, porque pretende confrontar de manera insidiosa con los “pañuelos verdes” al sugerir que estos son insignias en favor de los abortos forzados. El pañuelo verde es, en realidad, y como pudimos ver en este último tiempo, una insignia simbólica en favor de los derechos humanos, como así también lo es su consigna tripartita: educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir. Es un reclamo moral y colectivo en favor de la libertad, la autonomía y la salud sexual y reproductiva de las mujeres.

En consecuencia, cualquier maniobra ejecutada con el objetivo de forzar a mujeres, niñas y otras personas gestantes a continuar un embarazo, como así también de forzarlas a interrumpirlo, es claramente incompatible con dicha consigna. Y como somos capaces de entender esto, sostenemos que interrumpir un embarazo en condiciones de salubridad e higiene debe ser una decisión voluntaria tan válida como la de continuarlo y llevarlo a término en las mismas condiciones.

Creemos que el Estado no solo debe respetar las decisiones sexuales y reproductivas de las mujeres y las personas gestantes en general, sino que también debe asumir el deber de elaborar e implementar políticas públicas de salud y educación –entre otras– armónicas, que garanticen los derechos sexuales y reproductivos consagrados para todxs en la Constitución, en los tratados internacionales de derechos humanos y en las leyes. Es esa agenda política la que defendemos.

Para finalizar, me gustaría realizar una aclaración contra la conclusión a la que arriba la nota.

Una sociedad madura y solidaria no es la que levanta las banderas de la emoción y la frivolidad en favor de los embarazos infantiles “mucho más allá de las formas en que se gestaron”, sino la que se ocupa de evitar abusos sexuales y, cuando no puede evitarlos, la que no obstaculiza el acceso a la interrupción de un embarazo en los establecimientos de salud. No es una sociedad respetuosa con mujeres y niñas la que romantiza e idealiza la maternidad infantil, ni lo es aquella que las discrimina por tomar decisiones reproductivas compatibles con sus planes de vida, sino aquella que respeta sus libertades porque las considera libres e iguales en dignidad y en derechos (sexuales y reproductivos).

Ni incubadoras, ni “salvavidas”, ni madres.

Niñas.

 

Salta, 2 de febrero de 2019, 04:02 h

Salta, 7 de febrero de 2019, 16:07 h (actualización)

Autor: Agus

—How old are you? 23. —Are you male or female? Male. —Which country are you from? Argentina. —Are you religious? No. —Do you have any pets? Yes. —Do you get angry easily? No. I don't know. —What would you say your favourite music genre is? Pop music. —What is your favourite flag? LGBT+ flag. —Ever gone camping? Oui. I really hate camping. —Gay? Yes. —Ever been in love? I think so. —Ever used fake tan? Nope. I don't need it. —Are you wealthy? At least I try. —What do you like most about yourself? Do you really want to know? —What do you like least about yourself? One day, I began to break promises.

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